Avalancha

viernes, 30 de abril de 2010
Se siente como una avalancha a los sentidos. Es tener que apretar las sensaciones en el centro del pecho antes de que se disparen sin control y demuelan una pared tras otra, hasta que el muro de concreto no sea más que una pluma en el puño de tu mano. Y sujetás la estampida, apretás con los dedos mentales el destello demoledor que te dejó semi inconsciente y postrado, a la espera de que el restrellar cese y las cosas retornen a su sitio; allí donde todo tiene una forma y un sentido lógico.
Me encontré dando vueltas y rotando sobre mi mismo eje, tirada en una cama que se sentía ajena e incómoda. Las sábanas eran cadenas que intentaban sujetar al cuerpo, pero éste rodaba una y otra vez en busca de una paz que ni la posición horizontal ni el conjunto de resortes le podían brindar. Te había encontrado todo el día, cada minuto y cada segundo en mis pasos, en mis manos y en las imágenes que habían sorteado mi mirada. No podía pensar en otra cosa que ese batir constante de alas internas, en ese par de astas que no entendían de descanso. Ellas no comprendían que la noche había llegado para esperar el nuevo amanecer con los ojos cerrados.
Las palabras se agolparon en una oración eterna e indescifrable. Nada entendía de tiempos porque vos estabas atrás, a mi lado y adelante; no conocía el plural porque todo tenía un solo sujeto, a veces tácito, que desaparecía para luego introducirse entre conjunciones, verbos y circunstanciales. Y si de situaciones se trata, los lugares y los momentos se escalonaron en una pirámide con millares de caminos que completaban un laberinto. Entrar por un portal era perderse en un espacio inconexo. Capaz vos no lo entiendas, porque a veces ni yo comprendo hacia donde voy. A veces la torre de barajas pierde el equilibrio y con ella, caigo yo.

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