Rompecabezas

viernes, 30 de abril de 2010
Nos imagino como dos piezas de un rompecabezas que encastran y se unen en armonía, pero no con perfecta compatibilidad. Las superficies desgastadas se acomodan para diluir el vacío entre sus articulaciones, los lazos entre las curvas cobran intensidad con cada nueva vivencia. Pero hay desgastes, hay zonas de las que brotan asperezas y astillas que en el abrazo cortan y trazan heridas. ¿Se pueden pulir las púas o simplemente se vive con los ojos ciegos?
Y hay espacios de plastilina que reculan ante la llegada del compañero y se adaptan para darle lugar al recién arribado. Me pregunto si esa elasticidad permanece o si, con el paso del tiempo, la goma se reseca y las piezas dejarán de ser un par para volverse fichas de diferentes juegos.
Puedo desdibujarme y volverme nada, perder mi formato individual y encontrarme en ella, en la otra y en la primera. Y me asalta la pregunta, ese cuestionamiento que surge de repente y que tanto odio. ¿Qué tengo yo para aportar que no te hayan dado antes? Capaz aquella te hizo reír más que yo, y esa te hizo gozar en formas que yo jamás aprenderé. Ella era la más adecuada y la otra iba mejor con tu forma de vivir o tu forma de ser. ¿Qué soy? ¿Qué frases te digo que alguna no te hayan susurrado suavemente al oído? Es díficil, a veces es tan complejo verme distinta. Yo te amo pero tantas otras te amaron antes, tantas otras te acompañaron. ¿Qué distingue este amor de tantos otros que cruzaron tus venas, aceleraron tu pulso y te hicieron rememorar ese largo día en la cama? Porque vos sos todo eso para mí. Él que me hizo y quiero que me haga reír, él que penetró en lo profundo donde nunca nadie antes llegó. Te siento adentro mío como mi único, sin embargo, ese adentro tuyo puede tener otros contenidos y a veces no comprendo donde estoy yo. Pero se que me amas, lo sé, juro que lo sé. Y no creas que no te siento, y no entiendas con esto que tengo dudas de lo nuestro porque estarías alterando el sentido de mi composición. Escribo para que comprendas lo que a veces cruza mi mente cuando un comentario mío te transporta a lo que dijo la otra, cuando esa sombra se hace presente en nuestro presente. Espero que entre tanto cliché te de mi originalidad. Ojalá que haya mucho de mí que no esté en ella; la otra.
Dormir a tu lado siempre trae sorpresas. Puede ser un ataque inesperado, un beso que quedó pendiente en tu inconsciente y que de súbito necesitaste saciar en medio de la noche; o puede ser una respuesta a una pregunta que no terminé de articular ante tu yo despierto y que, en sueños, intentás acallar sin proponértelo. El hecho es que estar acostada a tu lado me sorprende cada una de esas noches que le robamos al mundo y que disfrutamos como nuestra, aislados de cualquier invasión que haga ruido en esa pequeña y tan propia burbuja de Juncal.
Esa mano apoyada sobre mi pecho y ese acercamiento paulatino me inunda de regocijo. No es que las caricias despabiladas me dejen con falencias, sino que saberte deseoso de venir a mí, incluso en tus imaginaciones, no puede más que generarme ternura y llenarme por dentro. Capaz no sepas que tus ronquidos pueden sacudirme de mis propios ensueños y logran abrir mis ventanas al mundo oscuro donde te había visto por última vez. Pero es ahi, en esos momentos, cuando te encuentro indefenso y respirando cerca, muy cerca de mi cuerpo, con esa mano cerca mío y con la otra rozando tu rostro que no parece más que el de un niño. Y es en ese instante cuando revelas toda tu inocencia, es en ese preciso segundo en que me dan ganas de acunarte para evitarte malos recuerdos, para silenciar cualquier fantasma o miedo que te esté atormentando allí donde puede que no tengas defensas. Acarició tu mejilla y tu respiración se tranquiliza; no importa cuantas veces haga la prueba el resultado suele ser una inspiración más pura y, quien sabe, la superación del capítulo que se te estaba cruzando en el camino onírico de ese día. Puede que no reconozcas ese detalle y que, al despertar, las horas se te hayan pasado enteras sin atisbo de todo lo que yo registré en su dulce y lento transcurrir. A mí me quedó la reminiscencia de tu pureza y la sensación de que con un pequeño roce de mis dedos conseguí mermar un poco tu sufrir.
Se siente como una avalancha a los sentidos. Es tener que apretar las sensaciones en el centro del pecho antes de que se disparen sin control y demuelan una pared tras otra, hasta que el muro de concreto no sea más que una pluma en el puño de tu mano. Y sujetás la estampida, apretás con los dedos mentales el destello demoledor que te dejó semi inconsciente y postrado, a la espera de que el restrellar cese y las cosas retornen a su sitio; allí donde todo tiene una forma y un sentido lógico.
Me encontré dando vueltas y rotando sobre mi mismo eje, tirada en una cama que se sentía ajena e incómoda. Las sábanas eran cadenas que intentaban sujetar al cuerpo, pero éste rodaba una y otra vez en busca de una paz que ni la posición horizontal ni el conjunto de resortes le podían brindar. Te había encontrado todo el día, cada minuto y cada segundo en mis pasos, en mis manos y en las imágenes que habían sorteado mi mirada. No podía pensar en otra cosa que ese batir constante de alas internas, en ese par de astas que no entendían de descanso. Ellas no comprendían que la noche había llegado para esperar el nuevo amanecer con los ojos cerrados.
Las palabras se agolparon en una oración eterna e indescifrable. Nada entendía de tiempos porque vos estabas atrás, a mi lado y adelante; no conocía el plural porque todo tenía un solo sujeto, a veces tácito, que desaparecía para luego introducirse entre conjunciones, verbos y circunstanciales. Y si de situaciones se trata, los lugares y los momentos se escalonaron en una pirámide con millares de caminos que completaban un laberinto. Entrar por un portal era perderse en un espacio inconexo. Capaz vos no lo entiendas, porque a veces ni yo comprendo hacia donde voy. A veces la torre de barajas pierde el equilibrio y con ella, caigo yo.
Hay momentos oscuros, situaciones donde la negrura se debate contra la claridad hasta envolvernos en una profunda angustia, incerteza e irrealidad. Hundirse implica levantarse y seguir vivos. Vivir es buscarle sentido a nuestro eterno circular entre desconocidos y figuras grises que transitan los caminos recorridos o que nos faltan transitar. Este es mi camino, es mi viaje por las asperezas y sorpresas de la existencia.